La clase política gobernante en México es peculiar por
su persistente vocación mezquina y depredadora. Ni ante la inminencia de la
desgracia social sus personeros son capaces de sumar esfuerzos. A todo se
pretende sacarle raja política. El paso del huracán “Patricia” se esperaba de
consecuencias más graves y resulta que, afortunadamente, los daños fueron
menores por haberse degradado su impacto. Cosas de la bendita naturaleza. Sin
embargo, ya el gobierno federal hace alarde publicitario de haber actuado con
acierto y responsabilidad para evitar tragedias… precisamente allí donde se
llevará a cabo la elección extraordinaria de gobernador, en el estado de
Colima, luego de haber sido anulado por el Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación (Trife) el proceso comicial del pasado 7 de junio,
por diversas irregularidades que involucran directamente al gobernador saliente
Mario Anguiano.
Resulta que
cuando el presidente Peña Nieto acudió a recorrer la zona afectada por el paso
de “Patricia” en el estado de Colima y se percató de la presencia del senador
Jorge Luis Preciado en la comunidad de “Playa Paraíso”, ni tardo ni perezoso se
dirigió a quien, por lo demás, es el candidato panista a gobernador, para
espetarle: “¿andas en campaña o estás ayudando?” (“La Jornada”, 25 de octubre
de 2015). Por supuesto que Preciado no es una perita en dulce y si por algo se
le recuerda es por sus excesos en la propia sede del Senado, donde no hace
mucho celebró el cumpleaños de su esposa y al ritmo del mariachi pidió que le
cantaran -a él- “el rey de chocolate”, por aquello de su característica “nariz
de cacahuate”. Más en serio, hay que recordar que Preciado es harto conocido
como “el (otro) rey del moche”, por aquello de ofrecer sus “buenos oficios”
para “bajar” apoyo federal a cambio de una lana (el otro panista que le disputa
ese “honor” es Alberto Villarreal).
Con tales
antecedentes, es entendible que el presidente Peña Nieto advirtiera a Preciado
que no pretendiera hacer “ronchita” con la desgracia de la gente, pero no deja
de llamar la atención que el propio presidente se suba al ring, con un
adversario de menor peso político, si no es para incurrir en lo mismo que
cuestiona. A pesar de la negativa de Preciado al señalamiento del presidente,
éste fue enfático en acotar que las tareas de reconstrucción por el paso del
huracán estarán a cargo del gobierno federal porque… “en la parte política ni
me meto” (ajá). Por lo demás, tal parece
que el llamado de Peña a Preciado topó con gruesa pared, ya que según la crónica
periodística señalada, el senador panista se dejaba ver y querer por doquier,
festejando jubiloso los gritos de la gente que se referían a su persona como
“Preciado, mi próximo gobernador, chingao!”.
En el
reciente aniversario del devastador terremoto que sacudió la ciudad de México
en 1985, quedó clara la lección: un gobierno que se paraliza ante la tragedia
está condenado a verse rebasado de inmediato por la sociedad civil y, por
supuesto, con un alto costo político por incumplir con su responsabilidad
social. Tal vez, por eso, ahora la clase política que nos “gobierna” se mueve
más rápido para, por lo menos, aparentar que algo se hace y, obviamente, evitar
que los adversarios “le coman el mandado”. Es lamentable, pero se trata de una
realidad presente. Baste recordar tantas imágenes de presidentes, gobernadores
y alcaldes con el agua, literalmente, hasta el cuello, en mangas de camisa
uniendo sus manos a las del pueblo o con las botas cubiertas de lodo para que
la foto de su involucramiento en la desgracia tenga impacto mediático, así sea
que, luego, procedan de inmediato a lavarse el cuerpo porque temen correr el
riesgo de “infectarse” o “mancharse” por andarse mezclando con tanto miserable.
“Son manchados”, dice la raza. Por eso, como bien reza el dicho, hay políticos
que, de plano, “ven la tempestad… y no se hincan”.